El año del apagón

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    apagada

    El poder ya no es lo que era, o así lo escribió Moisés Naím en su libro El fin del poder (2013), pero la diferencia entre tenerlo o no tenerlo a menudo marca un abismo entre partidos. En el 2016, dos formaciones que aspiraban a ostentarlo y que a muchos los convencieron que así sería han visto como sus circunstancias se convulsionaban y sus líderes, estrellas mediáticas rutilantes hasta hace poco, sufrían un apagón que veremos si remontan.

    La política no es una tertulia. Y si bien en los platós de televisión, el papel y la buena oratoria lo aguantan casi todo, en la arena política el combate es mucho más duro, largo y deja más cicatrices. Le ha pasado a dos astros políticos ahora de luz menguante, Pablo Iglesias y Albert Rivera. El uno, en Podemos, centrado en mirar de ganar batallas internas con tretas de viejísima política y desperdiciando la ocasión de superar a un PSOE en horas bajas, sin líder y rehén de la estrategia PP. El otro, en Ciudadanos, eclipsado y menospreciado por un PP que hace no tanto le temía.

    ALIANZA ROTA

    Iglesias quiso ir de Felipe González y podría acabar como Julio Anguita. En lo personal podría ser que eso no le importara demasiado, ya que él mismo ha manifestado a menudo su admiración por exlíder de IU, a la vez que ha mostrado su pesar por la trayectoria de quien fuera durante lustros todopoderoso líder socialista.

    Pero, políticamente, quien debía ser el impulsor de la nueva izquierda española y alternativa al PP, hace meses que libra una lucha por imponer a toda costa sus ideas y sobre todo su persona a la de un Íñigo Errejón de quien también se dijo en su día que formaba con Iglesias un tándem ganador al estilo del que junto a Felipe había completado durante años Alfonso Guerra. Y qué temprano ha saltado por los aires esta alianza comparada con aquella.

    BAJO LA SOMBRA DEL PP

    Rivera quiso ir de Adolfo Suárez, a quien cita reiteradamente en sus discursos por aquello de buscar la relación de ideas. Pero si él quería ser el Suárez de la Transición, de los grandes pactos, de la telegenia y de las jugadas audaces, este 2016 le ha ubicado peligrosamente al borde del Suárez del CDS, minorizado, escaso de escaños y con la sombra alargada del PP en su poco halagüeño horizonte electoral. Ha querido ser el más monárquico de los monárquicos, e igual que Suárez fue el más amigo de Juan Carlos I, Rivera ha aspirado a anexar su imagen a la de Felipe VI.

    Pero tampoco la monarquía es lo que era. La aspiración de Rivera ha sonado demasiado pretenciosa y, sobre todo, demasiado insuficiente para los resultados electorales que ha dado y para lo que prometió que transformaría y lo que finalmente logra que el PP le conceda, que más de una vez se queda en una foto reclamada con malestar, y poco más.

    El éxito o fracaso en política se mide a menudo según las expectativas generadas. El nuevo Felipe y el nuevo Suárez daban muy bien como titulares y como esgrimistas en debates. Pero eso, traducido en política, ha quedado en este 2016 muy lejos de lo que prometían.

    (Para leer el artículo en EL PERIÓDICO, clicad aquí)