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- 16 oct
Duelos bajo el sol (sin jersey)
Hay un chiste popular que define el jersey como esa pieza de ropa que las madres ponen a sus hijos en el parque cuando ellas tienen frío. La idea es la de la protección de los progenitores con sus vástagos, incluso cuando ellos no lo necesitan. Pero cuando se es pequeño eso va así, de la misma manera que también llega un momento en que la criatura crece y se encuentra “sola ante el peligro”.
Con los candidatos pasa algo parecido, ya que la mayor parte del tiempo viven confortablemente entre los consejos y la asistencia de sus asesores y equipo. Pero hay un momento en que se quedan ahí solos, ante los adversarios directos y sin intermediarios. Es el momento de los debates televisivos, y en el contexto norteamericano, el de los cara a cara, uno contra uno, duelo bajo el sol, o mejor, bajo el foco de las cámaras.
Desde que en 1960 se produjo el primer debate cara a cara televisivo de la historia, ya nada volvió a ser igual. En aquellas elecciones se enfrentaron Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy. Finalmente, se impondría JFK por unos miles de votos.Habían partido los dos como aspirantes (ninguno había sido antes presidente) y las encuestas reflejaban algo muy cercano al empate. Y ahí llegaron los debates televisivos para ayudar a decantar la balanza. Y fueron más de uno, pero el primero marcó un antes y un después.
Los encuestados, una vez celebrado el cara a cara, reflejaron una clara tendencia: los que lo habían seguido por la radio daban como ganador del duelo a Nixon, mientras que los espectadores del debate televisivo decían que había sido Kennedy quien se había impuesto. Alguien (y sus ‘spin doctors’) había entendido mejor que su adversario el nuevo formato.
SIMULACRO DE DIÁLOGO
Los asesores de Kennedy habían captado que aquella confrontación televisiva no iba de convencer a su rival ni de imponerse con un gran cargamento de argumentos. La cosa iba (y va), sobre todo, de hablar directamente al público, de conseguir una conexión emocional con la audiencia. Ahí reside buena parte del secreto del éxito (o del fracaso) en un debate electoral, en cada uno de sus formatos. Estos últimos días hemos visto uno de ellos, el del ‘town hall debate’, que facilita especialmente este simulacro de diálogo a muchas bandas, con la excusa de la confrontación cara a cara.
El ‘town hall debate’ procede como formato de las audiencias locales en las que históricamente los ciudadanos han entablado conversación con sus representantes más cercanos. Es un espacio que presidentes como Barack Obama han reproducido en sus visitas a ciudades y pueblos de Estados Unidos. Y es una idea que inspiró un programa televisivo que en España tuvo su momento de éxito en el primer mandato de José Luís Rodríguez Zapatero. Se estrenó el 27 de marzo de 2007, en La1, presentado por el periodista Lorenzo Milá y con el título ‘Tengo una pregunta para usted, señor presidente’.
Fue un éxito de audiencia, luego tuvo réplicas con otros políticos como Mariano Rajoy, Gaspar Llamazares, Josep-Lluís Carod-Rovira o Josep Antoni Duran Lleida, pero ahí no se había inventado nada. De hecho, solo un mes antes, el 5 de marzo,Nicolas Sarkozy había protagonizado en la LCI francesa un espacio clavado: ‘J’ai une question a vous poser’. El formato, igualito: un presidente (o candidato) frente a una selección de ciudadanos que les formulan preguntas, y con un periodista de repartidor de palabras. Una manera de mostrar proximidad y contacto “directo” con los votantes potenciales, si no te equivocas en lo que vale un café (ZP), si te niegas a confesar tu sueldo (Rajoy) o tienes que reivindicar que te llamas Josep-Lluís (Carod) “aquí y en la China Popular”.
SOLOS ANTE EL PELIGRO
Ahí se las han visto Hillary Clinton y Donald Trump en el penúltimo de sus debates televisivos de campaña. Un formato en el que cunde mucho más la espontaneidad de un Trump que hasta amenazó con meter en la cárcel a su oponente en caso de ser presidente. La formalidad y el punto distante de Hillary (aunque está trabajando para disimularlo al máximo) no cuaja. De ahí que un Trump que llegaba al cara a cara en horas bajas sobreviviera al reto.
Porque los debates siguen ahí, en audiencia y en repercusión. Porque marcan estados de ánimo, y por tanto, también de opinión. Y porque si son de verdad, sin “jersey”, sin la protección de los suyos en directo, duelos bajo el sol, como aquellos del lejano Oeste, con el candidato solo ante el peligro, tienen aún un punto de morbo y de interés irresistible. Y eso es audiencia y votos en potencia. Aún hoy.
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