Tres campañas y un funeral

  • Tres campañas y un funeral

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    No pudo ser. Tampoco en esta ocasión. Pedro Sánchez no pudo demostrar que tiene madera de líder ni opciones de desplazar a Mariano Rajoy. Tenía que aprovechar como ningún otro ese debate, y no lo hizo. Dejó que el presidente en funciones se pusiera el pijama antes de tiempo, sin que el popular hiciera nada para merecerlo, y mientras, el candidato socialista iba perdiendo las pocas opciones de ganar algún voto que albergaba, con ataques constantes a Pablo Iglesias, llenos de resquemor. Albert Rivera se limitaba a ir profiriendo eslóganes de manual para mirar de pescar algún resto del naufragio socialista.

    La cosa empezó ya mal antes de llegar a plató. La impresión era clara, a tenor de la soltura con que uno se puso a ello y la pereza con que el otro parecía hacerlo a contrapelo. ¿Realmente alguien cree que Sánchez se hubiera acercado al grupo de sindicalistas que protestaban a las puertas del edificio del debate, si unos minutos antes no lo hubiera hecho Iglesias y su núcleo duro de asesores? Quizás alguien lo cree, parte segura del electorado menguante que le queda al PSOE. Unos minutos después, ya en plató, otro mal augurio: en el saludo de bienvenida a todos los candidatos, el realizador pasó de enfocar a Sánchez. Y así se daría una buena parte del debate, desaparecido, sobre todo en el tramo inicial y en el central de más audiencia.

    No conseguir hincar el diente a un candidato Rajoy que tardó aún no tres segundos en fijar su mirada en el papel y tirar de lo que ahí le habían escrito, tiene su delito. Pero es que, además, Sánchez iba dando la razón a Rivera, e Iglesias (sagaz) se la iba dando al socialista. Quedaba claro en plató que si no había entente de izquierdas no era culpa del líder de Podemos. ¿Y Sánchez? ¿En qué era más alternativa que Iglesias o Rivera a Rajoy? En juventud no, en regeneración no, en pulsión por el cambio no y en liderazgo tampoco.

    Y eso que la aportación de Rivera tampoco fue de relieve. Él, de fondo, iba generando ese ruido tan molesto, como de pescado friéndose en la sartén. Con esas frasecillas típicas de quien siempre quiere tener la última palabra y dejar caer la consigna que le han preparado en casa. Eso y poco más, que igual era la idea. Porque Ciudadanos ha cumplido con creces con su papel en esta función, que no es otra que la de haber impedido un pacto de izquierdas durante el proceso de investidura previo a las elecciones y, ahora, ayudar a sumar un frente más de fuga de votos de unos socialistas en proceso de desplome y noqueados como alternativa de gobierno. Es cierto que en el debate se veía una vez más clarísimo que, para perder votos, Sánchez no necesita más ayuda que la de sus compañeros de partido al estilo de Susana Díaz. Pero ahí está Rivera. No es inocuo del todo.

    Y por cierto que la primera alusión al derecho a la autodeterminación (de Catalunya, claro), fue de Sánchez, que en algo debía llevar la iniciativa. Y lo hizo vía cita a la alcaldesa Ada Colau, para afear la apuesta por el referéndum a los de Podemos. Eso Rivera y Rajoy no lo habrían podido mejorar, y de hecho por eso ni lo intentaron. Pero Iglesias le devolvió el golpe con creces, instándolo a no acusar a Colau de independentista a la vez que pacta con ella en Barcelona. Y Pedro rió (¿o era un rictus?), y calló, que así al menos no pierde votos. Ganarlos, me da que ya lo descarta.

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