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- 13 ene
El rey ha muerto, viva el rey
He tratado de encontrar una manera bonita de decir en catalán la expresión “a rey muerto, rey puesto”, y lo más divertido que he encontrado es “vete Anton, que lo que se queda ya se compone”. La idea vendría a ser la misma, sí, pero no entraba en un titular. Otra opción es “a rey muerto, rey puesto”, y de ahí el título del artículo, que vale igual para Felipe VI, Artur Mas y Mariano Rajoy. Evidentemente, por motivos diferentes.
En cuanto al Borbón, ayer incidió en la pura realidad de lo que es España (su poder muy especialmente) y de cómo el cambio generacional con respecto a Cataluña no se deja notar en nada (positivo). Su padre, ya en su fase más crepuscular, pasó por el arco del triunfo la función de árbitro que le correspondía y fue claro contra lo que políticamente y democráticamente hierve en Cataluña. Todos recordarán aquello de los “galgos y podencos” o mucho antes aquello de “el castellano nunca fue lengua de imposicion”, ¿verdad? Pues su hijo, además de hacer caras cuando se encontraba a Artur Mas o de hacer discursos que bien podría haber firmado Rajoy respecto de Cataluña, ahora se niega a recibir la presidenta del Parlamento en el trámite habitual para nombrar oficialmente nuevo presidente. Ha pedido que la cosa se haga por carta. Pues se hace, y ale.
Queda clara su consideración respecto de las instituciones catalanas, pero también la relevancia del monarca. Poco servicio que hace. Pasó su padre y Cataluña poco que lo notó. Ahora pasa él de nuestras instituciones y Cataluña ya sabrá encontrar quien la respete y le sea útil al más alto nivel, quizás algún día eligiéndole vía urnas. El rey ha muerto, viva el rey.
Pero fíjense que la expresión vale en otro sentido. Por aquello de la capacidad de adaptación que tenemos todos juntos y también por lo que nadie es imprescindible por muy valioso que sea. El presidente Artur Mas ha hecho un gran gesto que le honra, y pocas horas después de su renuncia, el mismo domingo después del debate de investidura del nuevo jefe de gobierno, y como bien observaba ayer el amigo Melcior Comes en Twitter, la mayor parte de los masistas ya eran puigdemontistas. El nuevo presidente proyectó autenticidad, sencillez y proximidad, a la vez que contundencia, convicción y coraje. La mayoría de analistas coincidieron en destacar la frescura y el tono cuidadoso y bien argumentado. Supieron encontrar, en definitiva, un cóctel de atributos que lo hace diferente de Mas y que a la vez, parece, lo puede hacer más adecuado para el momento presente. Y todo ello sin entrar a discutir que Mas tenía todo el derecho de seguir donde estaba. El rey ha muerto, viva el rey.
¿Qué pasará con Rajoy? Veía la comparecencia domingo, como tratando de contraprogramar o de hacerse un hueco en la agenda tras la investidura en el Parlamento catalán, y además de cómo es habitualmente de soso, veía un líder caduco, de momento pasado, reivindicandose a la desesperada. La suya fue la típica (en él) comparecencia espitada y sin preguntas, en pura clave de autorreivindicación. No reivindicaba España, sino su candidatura a la presidencia del gobierno español. Quería parecer que llevaba la alternativa pero se proyectaba como extemporáneo y sobreactuado. Y básicamente tiraba de Cataluña para tratar de compactar tras de sí el PSOE y quien fuera que pudiera pescar. Demasiado evidente. Demasiado grosero. En su caso es evidente que incluso sus el encontrarán poco de menos cuando se certifique un traspaso político que cada día suena con más fuerza que podría ser muy cerca.
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