Garzón no tiene perdón

  • Garzón no tiene perdón

    El ex juez Baltasar Garzón y el término medio son dos mundos predestinados a no entenderse. Esta semana el Supremo lo han absuelto de prevaricación en la causa sobre las víctimas del franquismo. Hace pocos días lo condenaron por el mismo delito, por actuar injustamente como juez, a propósito de las escuchas a los abogados del caso Gürtel. Y ya tenemos a los garzonistas pletóricos por la sentencia de absolución, igual como antes teníamos a los antigarzonistas exultantes por la condena. O blanco o negro, como a él le gusta. Sin matiz.

    Pero ni su mala instrucción hace automáticamente inocente al padrino Francisco Correa, ni su absolución por el proceso contra Franco lo reivindica. Que Garzón se ha regido durante décadas más por el afán de notoriedad que por el de justicia es vox populi. Que se lo pregunten si no a los independentistas de quienes el insigne exjutge atropelló los derechos en 1992, o a los trabajadores del diario Egin, que él clausuró.

    Ha buscado la polarización y el impacto para erigirse en protagonista. Como mínimo en una ocasión probada, a cualquier precio procesal. Y en el caso de los crímenes del franquismo, a cualquier precio ético, por lanzarse sobre un frente tan delicado con su parcialidad y poco cuidado habituales.

    El periodista Francesc Canosa, en su nuevo y necesario libro Entre el sabre i la bomba (Acontravent, 2012), nos descubre la historia de Unió Democràtica de Catalunya, y con él hace justicia, de la de verdad, cuando nos explica una parte, no haciendo bandera de ella y admitiendo que no es el todo de una sociedad que fue víctima del blanco y el negro, del azul y el rojo, pero que también existió. Y que precisamente por no formar parte de ninguno de los dos grandes bandos, ni Garzón ni mucha otra gente allende el Ebro no quiere contemplar. Demasiado trabajo. Y luciría demasiado poco.

    Pero estuvieron ahí, gente como Pau Romeva, uno de los fundadores de Unió, que después de ver cómo el bando de Franco fusilaba por catalanista a su líder, Manuel Carrasco i Formiguera, tenía que aceptar los registros de los anarquistas de la FAI en su casa. Persecución de los unos y de los otros, y en medio de esto, todavía con suficiente lucidez y valentía como para responder a la pregunta “¿vos qué sois, rojo o blanco?” con un genial “¡Soy a cuadritos!”. Porque hubo matiz, y en él también sufrimiento, pero esto a Garzón no le ha interesado. La ecuanimidad es justa pero no da titulares. Por eso lo habrán absuelto de ésta, pero no tiene perdón.