Laplace, el 2.0 y la Luna

  • Laplace, el 2.0 y la Luna

    ¿Será cierta aquella anécdota que dice que Pierre Simon Laplace, el científico que supo captar la mecánica de los cuerpos celestes en el universo, dejó con un palmo de narices a su amigo Napoleón a colación de Dios? En todo caso, si non e vero e ben trovato. Y es que dice la leyenda que Laplace le espetó un buen día a su poderoso amigo: «Aquello que Newton no sabía si era estable resulta que he descubierto que sí que lo es». Napoleón, por su parte, habría contestado: «Y esto no merece la pena consultarlo con Dios?». Y Laplace habría replicado para cerrar la conversación: «Otras cosas sí, pero esta ya no, que ya la he descubierto, y ya la he experimentado y demostrado». El también científico (y expolític) Eduard Punset tiene una tendencia a citar la anécdota. Y tiene sentido hacerlo cuando hablamos de campañas electorales, porque hay cosas que no hay que consultar regularmente a los dioses o a los oráculos. Son así, están demostradas. Por ejemplo: que el 2.0 no es la solución a todos los males. De momento, tal y cómo se aproximan a él la mayoría de partidos políticos, no.

    La fascinación por los Estados Unidos cuaja transversalmente en sectores amplios de nuestra sociedad, también a nivel político. Ha sido así tradicionalmente en el campo de la comunicación política, donde incluso se tildó durante lustros de «americanización» aquello que no ha sido otra cosa que un proceso de profesionalización que ha cogido como gran referencia aquella sociedad donde la tecnología ha acostumbrado a llegar antes, y con ella su aplicación en las campañas electorales.

    El año 1980, el mismo de la carrera electoral que llevaría Ronald Reagan y el concepto de campaña permanente a la Casa Blanca, Robert Meadow, uno de los referentes anglosajones del estudio de la comunicación política, dejó escrito: «Ya no se trata de hablar de repercusiones comunicacionals de la política o de las relaciones entre ambos conceptos, sino que se trata de presentar la política como un proceso comunicacional». Una comunicación que en aquel momento todavía era muy en vertical (de arriba abajo) y unidireccional (de emisor a receptor). Ahora, treinta años después, los hay que todavía miran el dedo cuando este señala ala Luna. Hay quienes, a pesar de que ha sido probado con creces durante un sinfín de procesos electorales, todavía no entienden que la campaña es permanente, que todo comunica en el político, que éste está mucho más expuesto, en multimedia y las veinticuatro horas del día, al escrutinio de los demás. No hay que consultarlo ni a los terrenales dioses creadores de la cosa política en que se han convertido muchos asesores y estrategas, ni a los múltiples gurús que emergen por las esquinas como verdaderos oráculos del marketing político contemporáneo. Pero el caso es que la mayoría de candidatos se pliegan a ellos, con prisas y con desazón, cuando se acerca una cita con las urnas que conciben como una isla. Y así les va, a ellos en particular y a la política en general, con más comunicación que no implica más participación ni identificación en el electorado.

    Hace pocos días Mariano Rajoy abría su cuenta en la red de microblogging Twitter. Justo a tiempo para la campaña, debía pensar alguien de su equipo 2.0. En el otro lado del ring, sólo unas pocas semanas antes, se había puesto a ello la candidatura de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sintomático. ¿Se atreven a hacer apuestas sobre cuánta vida tendrán estos perfiles más allá del 20N? Creen que tendrán mucho más recorrido que el @fetsandtweets de José Montilla o el @puigcercos2010 del candidato republicano, los dos alumbrados en la campaña del 28N? Ya no existen. Y el heredero de la dirección de campaña del político de Esquerra permanece inactivo desde el mes de mayo pasado. No es una anécdota.

    En esta campaña por el 20N, el 2.0 pesará, ayudará a sumar, pero sobre todo concebido todavía como un medio de comunicación más, como una vía, para mirar de propagar consignas, mensajes y argumentarios. Una vía más para bombardear a los emisores-receptores y votantes potenciales, que a través de este entorno se podrán volver algo más que antes de que existiera. Pero, desgraciadamente, la mayoría de formaciones políticas todavía se centran en el dedo del 2.0 que señala aquello que tendría que ser pero que todavía no llega del todo: dialogar y compartir. Esto es la fase 2.0 de la política. ¿Que quizás cuando algunos se ubiquen definitivamente ya habrá sido superada y nos encontraremos en la 3.0? No lo descartáramos.

    (Para leer el artículo publicado este miércoles en el CEJP en su fuente original, y hacer comentarios, clicad aquí)