Nos tenemos que poner las pilas

  • Nos tenemos que poner las pilas

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    Ya hace semanas que en columnas, debates y tertulias, los unionistas se frotan las manos. Lo hacen por el protagonismo de la CUP en la vida política y en el debate público en nuestro país. Lo hacen porque les facilita mucho la caricatura. Lo hacen porque crea polémicas ruidosas, casi siempre fuegos artificiales, pero que al estilo de lo que pasaba con el tripartito van dejando la sensación de sidral constante, de inestabilidad y de desorden. Lo hacen porque les sirve para decir que todo esto ocurre porque Convergència está atrapada por su apuesta por el proceso soberanista. Y de ahí la alegría del españolismo con la CUP. Los va de perlas para venir a decir que esto del proceso no al tiempo para desgastar el principal partido implicado en esta iniciativa política sin precedentes y que ha puesto la política española en jaque.

    Pero yo, que no soy mucho de hablar de “culpa”, al contrario de lo que dicen los analistas antisoberanistas, diría que la responsabilidad (más que la culpa) es de los ciudadanos que dieron a la CUP la fuerza que ahora tiene. No había pasado antes y pasó precisamente en el momento clave. Caían simpáticos, no se sabía exactamente qué eran o qué representaban, muchos pensaron que esto iba de David Fernández y Antonio Baños, pero no. Ahora los descubrimos en la gran ciudad, y aquí permítanme la imagen, porque ya me entienden: en muchos pueblos de todo el territorio ya se sabía qué es, de qué va y cómo la CUP actúa cuando está en las instituciones. En Barcelona y en el Área Metropolitana, no tanto.

    Ahora ya sí, pero esto no es cosa de la CUP. Ellos son como son, hacen como hacen. Y tampoco es responsabilidad de Convergència y Esquerra, que dependen por aritmética parlamentaria, sin alternativas de pacto si no desisten de su apuesta por la independencia. Esto es básicamente responsabilidad de quienes votaron CUP en el último ciclo electoral sin saber exactamente qué votaban. Sin saber que votaban una opción que no entiende de matiz, que apuesta por un modelo de sociedad radicalmente diferente de aquel al que aspiran una mayoría de votantes e incluso algunos de los que apostar en las urnas.

    En su día yo fui de los primeros en decir que la ciudadanía había hecho su trabajo y que con el nuevo Parlamento era la hora de que los políticos se pusieran las pilas. Ahora, en un momento en que tantas cosas se ponen en cuestión, incluso referidas a las normas de convivencia básicas que nos ayudan a vivir en sociedad, es momento de decir que esto nos interpela a todos, como ciudadanos y como a votantes. Que una minoría nos condicione la vida y nos tenga señalados al resto como “impuros”, deteniéndonos absurdamente a las instituciones, a los medios y en la calle, se puede evitar. En positivo y civilizadamente, por ejemplo vía voto pero no sólo. Se puede hacer esto o seguir como estamos ahora. Que cada uno valore qué prefiere, sin embargo, a partir de ahí, que actúe en consecuencia.

     

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