-
- 14 jul
El sectarismo, ¿de vacaciones?
Y con el acuerdo, paréntesis de sectarismo y de egos en el momento adecuado. ¿Tarde? Nunca lo es del todo para ciertas metas de aquellas que pintaban imposibles. Y es que el sectarismo político le ha hecho un daño a este país inversamente proporcional al bien que ha reportado (circunstancialmente) a fuerzas políticas como cierta izquierda y sucedáneos que han vivido durante décadas de ello. Lo que representa ahora Ada Colau en Barcelona es la versión 2.0 de este proceder que con el acuerdo entre soberanistas perderá. Y lo hará porque perderá aquel odio que reivindicaba la podemita Gemma Ubasart como estandarte contra Mas y lo que representa.
Ahora la alcaldesa de Barcelona ha dicho que el presidente y los suyos “van de independentistas” y que no se les cree. Y a ella, ¿quién la cree? ¿Quién se cree su compromiso con el proceso? Muchos tienen muchos motivos para el escepticismo y nadie la puede poner en duda, pero seguro que los que confían en ella son menos que los que, desterrado el sectarismo, ven que difícilmente estaríamos donde estamos en la situación de antes y después en la relación con el Estado sin la apuesta de los odiados por Colau. Y no hace falta ser de Convergència para verlo claro. Simplemente hay que estar cegado por una animadversión malsana y capadora. Afortunadamente, esto el independentismo lo puede conjurar en el momento justo.
Porque el mundo Podemos y satélites no es que no se crean a Artur Mas. Es que militantemente no lo quieren hacer. Y llegaría el día que Mas estaría pactando las condiciones de la independencia con los últimos interlocutores necesarios para culminarla, y los Colau de turno aún estarían diciendo que no va en serio. Estas pequeñeces también nos describen la política y la sociedad. Este repartir carnés desde una superioridad moral absurdamente autoconcedida por los guardianes de las esencias del bien común es bastante llamativo. Y a pesar de todo, a pesar de no haber hecho nada aún por la independencia, ¿quién se atreverá a decirle a Colau y los suyos que no se cree su independentismo? ¿Quién pondrá en duda que el 9-N, como dijo, ella votara sí-sí? Afortunadamente (o boyscoutmente) nadie. Porque aquí el punto de prudencia va mal repartido pero ahí está.
El simple hecho de decir que alguien “va de independentista” (o lo que sea) ya es una muestra de una soberbia total que sitúa en un pedestal a alguien que concede y niega credibilidad a las intenciones o al ser de otro. Hace esto y sitúa al interpelado en un foso que igual se concibe como mazmorra. Es el esquema mental de algunos. Como aquella chica de Podemos que hace unos meses me decía: “Los del PP son repulsivos, pero los convergentes son peores porque hacen lo mismo y no lo parecen”. Exacto. Lo mismo. Son clavaditos. Una criatura de P5 viendo un par de Telediarios te sabría encontrar algunas diferencias de fondo, pero los cegados por el sectarismo no. Estos los podemos dar por perdidos y a lo máximo que el soberanismo puede aspirar es a que no hagan mucho daño. Sin embargo, ¿y el sectarismo dentro del independentismo? Veremos los próximos días del todo si se ha ido de vacaciones en el momento más oportuno, tras un final de curso donde se le ha girado mucho trabajo. Y si las vacaciones son indefinidas, mejor. Pero mientras lleguen y duren cuando la politiquería más sobra, bienvenidas.
(Para leer el artículo en El Singular, clicad aquí)