Política de serie B

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    Una comisión donde su presidente (de la Cup) luce una camiseta con logo de la plataforma electoral para la que él mismo hizo campaña utilizando el nombre del compareciente. Camisetas como galletas de la suerte, con mensaje, ya como parte del paisaje en el Parlament, y hace gracia. Mucha. Un miembro de la comisión (de ERC) que se indigna (con palabra gruesa por medio) para que otro (del PSC, como el compareciente) insinúa que los compañeros de partido del exconseller Jordi Ausàs (el del contrabando en Urgell) no pueden ir tanto de estupendos porque quién sabe cuántos más como él habrá. Otro miembro de la comisión que en la sala se hace el indignado con la corrupción y las cuentas en Suiza, y es del PP de Bárcenas que aún no ha pedido excusas por su cita casi semanal de muchos de los suyos en los juzgados. Y otra miembro (de CiU) haciendo como de fiscal indignada cuando otros días hace de abogada mamita. Finalmente, un compareciente que mientras habla tiene toda la pinta de esforzarse titánicamente para reprimirse la risa, de cómo las está diciendo de la altura de un campanario. Se nos rifa en la cara (como ha hecho toda la vida), y lo sabe. Y sabe que lo sabemos. Y todo ello, mal que me pese, no es el inquietante reparto de una película de serie B, sino pequeños recortes de una nueva sesión de ayer en el Parlament, de la muy poco edificante y escasamente esclarecedora comisión sobre el fraude, en la línea de sus antecedentes.

    Veremos cómo termina el proceso, pero muchos de los teóricos implicados en impulsarlo parece demasiado a menudo que dedican grandes esfuerzos en hacernos sentir vergüenza de la política que tenemos, más que animar con una nueva manera de hacer que sume para construir un nuevo país. Y hablando de construir y de la sensación de tomadura de pelo, apunte sobre los teóricos serios y moderados de la sala. Porque la semana pasada, cuando seguí en directo la comparecencia de Ramon Espadaler donde anunció la presunta pregunta sobre el proceso a la militancia de Unió, tuve una sensación muy parecida a la de ayer cuando veía a Manuel Bustos en el Parlament. Mi vocecita interior me decía “ahora de golpe callará, hará una pausa, dejará de reprimir la carcajada, y dirá que era broma”. Pero no. Siguió con la comedia. Como ayer en la cámara catalana. Comedia con sonrisa enlatada que alguien del equipo arranca con un botoncito, mientras la audiencia oscila entre la escasez y la inexistencia.

    Y ahora los soberanistas de Unió, por el ‘no’ a la presunta pregunta, dicen que quieren acceder al censo de militancia para poder hacer campaña. Campaña, ¿dicen? ¿En condiciones? ¿Y censo? ¿De un partido? ¿Pero que se han vuelto locos y por un momento han pensado que esto va en serio? ¿Que no saben que el censo de un partido es de las cosas más opacas del mundo y parte del espacio sideral… aquí? Porque eso de creerse la cifra que nos canta el secretario general de turno un buen día, y hala, no va. Pero yo la semana pasada, cuando Espadaler dijo la suya, pregunté a varios veteranos de diferentes partidos por cuánto suelen multiplicarse en público las cifras de militantes, cuando un partido habla de ello. Dato de consenso: por tres. Y hala a seguir con la película. De serie B. De no merecérnosla. De saber que todo eso está desangrando a CiU, pero no sólo. Mucho más, de hecho. ¿Demasiado? ¿Tanto como para preguntarnos si estos políticos dicen que el país da lo que da de sí, y si estamos al final del camino? Me gustaría creer que no. ¿Saben de algún dato para el optimismo?

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