Una conversa i dues recomanacions

  • Una conversa i dues recomanacions

    Aquesta setmana he tingut triple ració d’Enric Juliana. La primera, en la presentació del llibre del company Pere Gendrau L’Estatut. Km 0. Off the record d’un periodista català a Madrid (L’Albí 2007). Juliana va co-presentar-lo junt amb Francesc-Marc Álvaro, a la Laie. I no cal dir que us recomano entusiàsticament aquest treball d’en Pere. No només als aficionats a la política, sinó a tots aquells que intenten entendre-la. Per a fer aquest exercici, el backstageés bàsic. I en Pere ens el descriu de forma àgil i divertida.

    La segona ració Juliana de la setmana va arribar el dia següent d’aquesta presentació. Va ser divendres al bar Sandor, de Francesc Macià. No hi havia estat mai, però em va indicar molt bé. Vaig arribar-hi uns minuts abans (com de costum) i vaig tenir tota la sensació d’entrar a un bar de Madrid. No hi he estat gaire, a can Villa i Corte, però vaig tenir ràpidament aquesta sensació. Li ho vaig dir en quant va arribar. Llavors va somriure, va assentir amb el cap i va ser clar i directe: “Aquest era abans el bar dels falangistes”. Els qui vivien per la zona, suposo. I posats a suposar em van venir al cap les cares d’un parell o tres d’il·lustres, algun d’olímpic, que segur que alguna vegada havien estat asseguts on jo m’estava prenent tranquil·lament un te amb llimona.

    Havíem quedat per parlar de la tesi, però al final vam acabar parlant de moltes altres coses, entorn a la meva tassa de te i a la seva de cafè. Unes quantes de les coses que van sortir a tomb les apunta en l’article d’avui a La Vanguardia, que ha estat la tercera ració Juliana de la setmana. Beu molt de la matèria primera del seu molt recomanable La España de los pingüinos (Destino, 2006). Us el reprodueixo:

    Meditaciones en torno a una taza de café
    “Cuando la tarde languidece /
    Renacen las sombras / Y en su
    quietud los cafetales / Parecen decir /
    Esa triste canción de amor / De la
    vieja molienda…” (‘Moliendo café’.
    Canción popularizada por Lucho
    Gatica en los años sesenta).
    Hay momentos en que la época, siempre sudorosa y confusa, se muestra. Se exhibe. Por unos instantes, sólo por unos instantes, se deja palpar. Así ocurrió la noche del martes durante el simulacro populista organizado por Televisión Española, con fino instinto político. TVE seguramente fue un dinosaurio, pero esta semana ha demostrado que también sabe moverse con la agilidad del velociraptor, aquel inquietante depredador del Parque Jurásico. Con su estudiada pose de adolescentes tranquilos, Lorenzo Milá y compañía, muy majetes ellos con su relativismo centrista y adosado, han identificado bien la presa – la política convencional-, y han copiado de Francia la reinvención televisiva de la asamblea republicana. Habla pueblo, habla, pero desde el plató. Los franceses siempre han sido buenos construyendo épocas.
    Fue verdaderamente interesante ver cómo habla el buen pueblo español. Oír lo que dice, y, sobre todo, cómo lo dice. Apenas hay discurso. La democracia ha calado, en la medida en que ha sido portadora de un fenomenal despegue económico, pero la cultura política sigue siendo leve. No hay ingenio retórico. No hay ganas de disfrutar convenciendo. No hay pasión por las palabras. Bien vestido y bien comido, el buen pueblo español, cagüendiez, sigue preso de su vieja pasión por lo directo, lo abrupto y lo privado, que tengo diecinueve años y no me puedo comprar un piso. Al pan, pan, y al vino, vino.
    Aun expresando distintas simpatías políticas, casi todas las preguntas que le fueron formuladas al impávido José Luis Rodríguez Zapatero pertenecían a un mismo orden mental: una desconfianza profunda en los que mandan, sean quienes sean; un repliegue instintivo ante sus manejos, y una sed mineral: un anhelo de equidad y bonanza. Un ande yo caliente, pero con buenos modales. Sin que nadie ponga los pies sobre la mesa. Aznar, atenazado por su éxito y por sus complejos, no lo supo entender. “En España aún salimos del periodo o siglos en que fuimos una cosa u otra, pero nunca una democracia”, escribía ayer Baltasar Porcel en su columna y acertaba. He ahí la época. Nuestra época.
    TVE la exhibió el martes sin desodorante y Rodríguez Zapatero, algo desangelado y vacilante en sus astucias de orador parlamentario, tuvo el acierto de ser el primero en estar allí, de pie, durante dos horas. Zapatero mostró sus límites y, a la vez, ensanchó los límites. Desde el martes, el ruedo es un poco más grande. Si sabe vestir con gracia la túnica griega, a mediados de abril, Mariano Rajoy tendrá la posibilidad de triunfar en la televisión ateniense y deliberativa fomentada por su oponente. Observe el lector la paradoja: el periodismo político, rigurosamente dividido en dos bandos, despellejándose vivo cada mañana en la gallera de las tertulias y en esa cosa gritona e insomne del 59 segundos,mientras los líderes toman café, de a ochenta céntimos, con el buen pueblo. De tú a tú. Realmente, Zapatero tiene sus astucias.
    Y en Catalunya, el café se ha derramado. La payasada del Estat català no merece muchos más comentarios. Ni los servicios de inteligencia españoles, en caso de proponérselo, hubieran podido idear un mejor ardid para desprestigiar el catalanismo. España, la España sensata, no la de los bufones melodramáticos, comienza a ver en Catalunya un costumbrismo desconcertante e inofensivo; un barullo de goliardos del que, de vez en cuando, despuntan algunos genios. Nos están tomando por el pito del sereno. Recién llegado de Madrid, a un servidor le ha impresionado la desazón reinante en la Barcelona que todavía se interesa por la política; disgusto especialmente intenso entre el sector más inteligente de la nueva generación nacionalista, que intuye cuál puede ser, a medio plazo, la magnitud de la tragedia.
    Pocos consejos se pueden dar. Uno, quizá. Pensar en términos de Acció Catalana. Como si Acció Catalana, logia transversal, existiese. ¿Qué haría hoy Acció Catalana? Seguramente, tomar la bandera de la centralidad económica, del aeropuerto y de la metrópolis, por tanto, y proponer que el día de la constitución de los nuevos ayuntamientos haya pronunciamientos unánimes. Fortalecer la seriedad; debilitar a los goliardos. Pugnar por la época.